Nos remontáremos al año de 1870. La ciudad Londres era la cúspide de la buena vida, no era sencillo hacerse de fama y fortuna, si quería tenerse suerte había que trabajar arduamente desde muy joven para que en un futuro todo el esfuerzo valiera la pena. Existían aquellos afortunados que nacían en el ceno de una familia de prestigio, líderes por naturaleza. Familias que iban heredando los genes de ganadores a las nuevas generaciones que llevasen su misma sangre. Una de esas familias fueron los Collins. Les hablaré un poco de ellos:

Los Collins fueron una familia de antaño, sus generaciones trascendieron con el paso de los años. Fueron sumamente poderosos en el sentido por el que se le quiera ver. Dueños de industrias farmacéuticas nuevas que pronto dieron buenos resultados y se ganaron la confianza del pueblo. Otorgaron cientos de empleos a los habitantes de la ciudad, y se ganaron el respeto de todos. Pero había algo oscuro y hasta siniestro con esa familia, se rumoraba que hacían ritos al señor de las tinieblas en los que ofrecían la mitad de su vida con tal de obtener éxito en sus proyectos. Otros decían que pertenecían a la mafia y todos sus negocios eran turbios. Más nadie sabía cuál era la verdad detrás de esos rostros angelicales que no hacían más que tratar de ofrecer sus bienes al pueblo. Vampiros.

Londres siempre supo de la existencia de esos seres de la noche, los caballeros de la oscuridad, guardianes de secretos bajos de la historia. La familia Collins era una de tantas integrada por vampiros de sangre pura. Nacidos vampiros, seres de antaño, tan viejos que nadie lo creería de haberlo sabido. Vivian en una de las mansiones más lujosas de la ciudad, haciéndose de riquezas obtenidas al paso de los años y de sus nuevos proyectos que resultaban ser bastante productivos. La familia se conformaba por ocho personas:

-Arthur Collins VII, el abuelo, el más viejo de los vampiros de esa familia, contaba con 1260 años y seguía pareciendo un anciano de 70 años. {1260 años reales – 70 aparentes}
-Lilia Collins, la esposa de Arthur. En realidad eran primos antes de ser marido y mujer. Tuvieron que casarse para preservar el apellido y los genes. {1250 reales – 60 aparentes}
-Andrew Collins, hijo de Arthur y Lilia. El primogénito de los Collins.
-Elizabeth Reynolds, esposa de Andrew. Ella también era una vampiresa de sangre pura.
-Evan Collins, primogénito del matrimonio entre Andrew y Elizabeth.
-Lexander Collins, secundo a Evan naciendo sólo un año más tarde.
-Katherine Collins, primera mujer y tercera hija del matrimonio entre Andrew y Elizabeth.
-Annalyne Collins, última integrante del matrimonio entre Andrew y Elizabeth.

Cuando la ciudad de Londres supo la verdad sobre esta familia, se cegaron completamente, olvidándose de que ellos les habían dado trabajo a las familias más necesitas, incluso ofreciendo las nuevas medicinas que ellos mismos creaban sin intenciones de hacer daño a nadie. Pero las personas no dejaron de verlos como monstruos devoradores de cuerpos inocentes, cuando los Collins se alimentaban una vez cada quince días de algún vagabundo al que nadie extrañara, tratando siempre de evitar a aquellos con un hogar y una vida digna. Se hizo un tumulto de humanos armados con fuego y demás armas que fueron en su búsqueda para asesinarles. La familia bien pudo haber acabado con todos y cada uno de aquellos que fueron a por ellos, pero no se consideraban asesinos, así que se entregaron como mansos corderos, aislando primero a los cuatro pequeños Collins y dejándoles todo lo necesario para que se marcharan de la ciudad y no volvieran en mucho tiempo. Así fue. Los cuatro mayores fueron asesinados por los humanos de una manera vil y despreciable, mientras los pequeños huyeron de la ciudad, marchándose a Italia, donde fueron hospedados y bien recibidos en otra familia de vampiros: los Delacourt. Los pequeños contaron lo sucedido a los Delacourt, quienes llenos de compasión les dieron posada, alimento y un nuevo apellido a los recién llegados para evitarles problemas en algún futuro. Crecieron con esa familia, viviendo como nómadas, teniendo que cambiar de ciudad y hasta de país cuando las sospechas sobre que no envejecían se hacían ver.

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